Hay tantas palabras afuera, esperando pacientes
por una mirada tuya, una mirada mía.
O no palabras sino sueños, quizá ideas;
milagros latentes en cada pasear del viento.
¿Y en qué se entretienen los ojos que nada ven?
Tienen más valor los días de lluvia
que los días claros de colores brillantes.
Y nos entregamos a la deriva,
a una ceguera resignada,
a un transitar sin sentido, sin rumbo fijo,
como extraviados del horizonte que soñamos.
Nos entregamos, o me entrego yo al menos,
a un pasear indolente bajo un sol que apenas quema,
un sol que a duras penas alcanza para iluminar la
noche;
y nos olvidamos, u olvido al menos yo,
que el día suele despertar con cada nueva mañana.
Respiro, ¿o acaso no?
Sueño despierto, ¿o acaso no?
El corazón palpita y se acelera ante algún recuerdo,
¿o acaso no?
Y sin embargo nos las arreglamos para hacer del día
noche,
hacer del recuerdo tortura,
hacer del sueño pesadilla,
hacer del horizonte una angustia siempre presente.
Y corremos detrás de sombras,
o corro yo al menos,
para vestirnos de
ellas,
o vestirnos de melancolías o de amarguras.
¡Y cómo nos encanta contemplarnos así!
Firmemos un divorcio con las sombras,
rescindamos el contrato con la tristeza;
es tiempo, estimo yo, de abolir esta esclavitud;
es tiempo, considero,
de ver los colores que nos ocultamos,
de ver los sueños, las ideas, la esperanza,
las palabras…
ver las palabras que esperan pacientes a ser nombradas
y quitarle al fin el peso al horizonte;
mirar a nuestro alrededor con otros ojos,
libre el alma de toda tortura,
y encarar, esperanzados, lo que deba venir.
Abr. 30-2014
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