Llegaste con la aurora, con el rocío, con la mañana;
montada en el lomo de un ave de iris
que entonaba las notas sagradas de la primavera.
Llegaste vestida con reflejos de luna
y arrojaste semillas de universos
en el desierto sombrío que me abrigaba.
Llegaste, y las trémulas ondas del arpegio de tu voz,
regresaron el movimiento al aire ligero
y derrotaron en batalla sin par
al déspota silencio que había degollado
los frágiles cuellos de las aves cantoras.
Llegaste, bendita, a morar en mis jardines;
a entregarle la vida celeste a las flores marchitas
que prontas relucieron los encajes más finos
que tus manos de luna y de estrella tejieron;
y el viento compuso un compás renovado
y susurró en sus caricias tu nombre
y cuando el desierto sintió el peso de tus pies descalzos,
abrió sus venas y brotó el agua y la esperanza
que tornaron las resecas arenas
en húmedos palacios de tierra fecunda.
Jun. 04-2011
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